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José Girauta Pérez nació en Talamantes (Zaragoza) en 1856.Estudió Medicina en Zaragoza en ingresó en el Ejército como Médico Militar.

Procedía de una familia de muchos hermanos. El mayor, Vicente, tenía una hija monja dominica, Felisa Girauta Lajusticia. Otro hermano, Benito era abogado.

Cuando José fue destinado a La Habana, iba lleno de ilusiones. Allí conoció y se enamoró de María Luisa Medina de la Vega, una criolla dieciséis años menor que él, que era descendiente de españoles llegados de Canarias. Se casaron en La Habana y se fueron a vivir a una finca enorme en El Vedado, propiedad de la familia Medina.

La finca tenía una casona y otras edificaciones menores que habían sido ocupadas por los esclavos negros. La mayoría de éstos se fueron al concederles la libertad y solo quedaron los más allegados a la familia Medina.

Por falta de servicio, la casona resultaba demasiado grande, así que se arreglaron una de las casitas de los esclavos liberados, donde se establecieron.

Tenían muchos perros, pues nunca quisieron matar a los cachorritos; entre ellos había uno que se llamaba Sultán, que nunca se separaba de su mujer, María Luisa. Un día que ella se paseaba por la finca, se encontró amenazada por un mono bastante grande. "¡Sultán, Sultán!" gritó ella, y el perro se lanzó contra el mono, obligándole a subirse a un árbol. María Luisa corrió hacia la casa y volvió con varios negros que consiguieron atrapar al mono, ya que tenía una cadena por la cintura. Al final resultó que el mono se había escapado de un circo.

A José y María Luisa les seguían atendiendo los criados negros que quedaron despues de su manumisión, adoptando el apellido Medina y que recibían un sueldo apropiado. Un día cuando estaban almorzando José vió que el filete que tenía delante estaba demasiado oscuro, así que preguntó:"¿Qué es ésto Dolores?", y la vieja contestó "Carne achicharrá niño, carne achicharrá".

José tenía el sueño muy profundo. Cuando estaba de guardia tenía que dormir en el cuartel, así que un día se le ocurrió atarse una cuerda a la muñeca, dejándola caer por el otro lado por la ventana para que su ordenanza le despertara tirando de ella. Tanto tiró el soldado que hasta que José no cayó al suelo no se despertó.

El 1 de julio de 1883, en colaboración con otros doctores, puso en circulación el "Boletín Clínico de la Quinta del Rey", dedicado casi por entero al estudio de los datos clínicos de los pacientes atendidos en esa Casa de Salud. Se dedicó a él hasta el 1 de enero de 1885.

En 1887 murió su mujer y en 1898 José conoció a una dama cubana, Catalina Batista, con la que acabó casándose. Pero lo que él no sabía es que Catalina era muy peculiar, y enseguida empezaron los problemas. Fué una auténtica madrastra de cuento con las hijas de José, a pesar de decir siempre que era "batista de la fina". Una vez obligó a la costurera a que hiciera los trajes de las niñas del revés, pues dijo:"Así cuando estén viejos se les da la vuelta y vuelven a estrenar vestidos".

A finales del siglo la situación española en Cuba era insostenible, y José, que como todos los españoles de Cuba, estaba indignado; decidió vender la finca El Vedado a pesar de que, con la depresión existente los compradores se aprovecharon y la valoraron muy por debajo de su valor verdadero.

José no quería ver arriar la bandera española, así que decidió volver a España en el último barco que salía, el Tarifa. La gente se arremolinaba en los muelles con una sensación de dolor y frustración. Una vez en el barco todos querían estar en el puente, para ver por última vez aquella bendita tierra. El silencio era profundo,y cuando el barco empezó a maniobrar separándose del muelle, se oyó desde allí una potente voz que decía "Adiós Tarifa, llevad mi corazón a España". El impacto fué enorme, algunos se echaron a llorar y otros sintieron que se les erizaba el cabello.

Como José era apoderado del hospital, para evitar malos entendidos no quiso poner a su nombre el dinero de la venta de la finca El Vedado. Y como las niñas eran menores de edad, puso el dinero a nombre de Catalina. Al llegar a Madrid Catalina dijo que como estaba a su nombre, era suyo. Entonces empezaron los verdaderos disgustos y tras mucho pelear, José consiguió que el capital de las niñas se dividiera en tres partes: dos para ellas y una para Catalina.

Al volver de Cuba también perdieron mucho dinero, ya que el Banco de España se negó a aceptar los billetes del banco de Cuba.

José enfermó de uremia y, sabiendo como era Catalina, le pidió a su amigo Alfonso Requejo que quedara como tutor de las niñas, cosa que él aceptó encantado. Estando a punto de morir llamó a su hija Gregoria y le encargó que cierta cantidad de dinero que tenía en un bolsillo de la guerrera, lo llevara al cuartel pues era la paga de los soldados. Una vez fallecido su padre, fué Gregoria a coger el dinero y se encontró con que Catalina se lo había apropiado y no quiso dárselo. Así que Gregoria tuvo que poner de su propio dinero esa cantidad para pagar a los soldados.